Gimlet y el largo adiós

 

Por Juan Manuel Zurita

 
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4 partes de ginebra 

1 parte de jugo de lima

Hielo a gusto y todo a la coctelera o licuadora

Finalmente, una rodaja de lima para decorar.

 

Cuando niño quise ser detective privado. Fue una de las tantas profesiones que soñé, seguramente la idea vino tras ver alguna película sobre crímenes e investigadores. También quise ser arqueólogo, periodista y abogado, no por amor al trabajo de perito, sino pues tenían de protagonista a alguno de ellos las series de televisión y las películas que daban por ese entonces. Finalmente resulté siendo periodista, pero aquella historia es aburrida y no me detendré en explicarla.

En cualquier caso, sigo queriendo ser detective privado. Pienso en la Trilogía de Nueva York y una llamada equivocada que cambie el rumbo de mi vida. Me veo recorriendo calles, trazando planos, siguiendo a alguien desde cerca, pero no lo suficiente como para que, tras voltear su cabeza, descubra mi cuerpo escondido en una esquina, agazapado a la sombra de un contenedor de basura o, ya en extremo, hundiendo el estómago para no dejarme ver tras un poste de luz. Me imagino pagando noches en un hotel cualquiera, inventándome rubros y profesiones para caerles en gracia a conserjes de edificios y mal comiendo durante semanas. Pienso también en cuando me toque cobrar. No debe ser fácil establecer una tarifa. En la serie “Los simuladores” lo hacían duplicando los costes en logística que les llevaba cada caso, pero eso no debe ser ni muy cierto ni muy rentable tampoco. En fin, como periodista tampoco me enseñaron a cobrar bien, así que imagino las tarifas las pondrá el mercado o se podrán hallar en Google.

¿Cuánto habrá cobrado Philip Marlowe, quizás el más famoso de los detectives en literatura y arquetipo de los que vendrán después?. Si cobró bien o mal, no lo recuerdo.

Lo que sí retengo son dos ideas que me quedaron para siempre marcadas, me refiero a El largo adiós, novela llevada varias veces al cine. La primera es la amistad. No deja de ser sorprendente la relación estrecha que dos personajes alcanzan tras compartir tan breve tiempo. Cuando recuerdo Extraños en un tren de Patricia Highsmith me pasa lo mismo. Yo no considero amigo a alguien hasta pasado un buen rato y el pobre de Marlowe las ve negras por culpa de una fidelidad que, él siente, no puede defraudar. Está bien ser leal, pero es que tampoco se conocieron tanto. Lo que debió haber generado tamaño vínculo fueron los gimlet, que es la segunda idea que se me pegó de aquella novela.

Hay que ver cómo beben los detectives privados, no dejan de asombrarme. Aunque también hay otros personajes dentro de la literatura que gozan de igual resistencia. Yo,  después de tres cervezas, ya tengo la lengua traposa y contradigo lo que he dicho veinte minutos antes. Me sería imposible resolver un crimen, menos aun escribir una novela. Bueno, Marlowe lo podía hacer y vaya para él toda mi admiración. 

Pienso en los gimlets de Marlowe y siempre imaginé que los detectives, por lo menos los gringos, bebían whisky, igual que los vaqueros. Al barcelonés Pepe Carvalho le gusta el vino y descorcha alguna botella muy escogida mientras en su chimenea arde un ejemplar de su biblioteca. En Chile la costumbre debiera ser que los detectives beban pisco: por precio y accesibilidad es lo más pertinente. Cuando estaba en la universidad supe que los pacos bebían vodka, pero no era por su amor hacia el “espirituoso”, sino porque no deja hálito alcohólico. Pero esa también es otra historia y no imagino a un carabinero como héroe literario. 

La cosa es que Marlowe, en El largo adiós, bebe gimlets. Nunca lo he probado pero anduve largo tiempo insistiendo al dueño del bar al que frecuentaba para que me preparara uno. Su respuesta es que no lo conocía, que “ni puta idea” de la receta. Muy amable él. Por esos años no tenía smartphone pues la hubiera buscado en google y yo mismo me lo preparaba, pero no, nunca lo probé. Seguramente ya pasada la tercera cerveza había olvidado mi interés por aquel detectivesco coctail y seguía con las birras y mis, cada vez más continuas, fugas al baño. Entiendo ahora por qué Marlowe y cualquier otro detective privado prefieren los destilados; un asunto de fisiología profesional.

Para quien quiera probarlo, en la propia novela figura la receta, Chandler la reseña como si se tratara de un edicto, pero El largo adiós vale mucho más que un simple recetario.

Creo que fue mi iniciación a lo que se llama “novela negra”. Recomendación de mi amiga Lilian cada vez que preguntaba “¿ha leído usted el largo adiós?” cuando las despedidas se prolongaban demasiado. La disfruté mucho y tras ella me pasé al Sueño eterno, del mismo autor y personaje, a Vazquez Montalbán, a la trilogía de Jean-Claude Izzo, al homenaje, con algo de parodia, que hace al género Ramiro Pinilla y, hace muy poco, a Los casos del comisario Croce de Ricardo Piglia que leí con la tristeza con la que se encara un póstumo de alguien a quien se quiere.

Piglia, lo mismo que Borges ─ávido lector de Chesterton─ eran defensores y amantes de lo que también se denomina género policial (no nos detengamos en la lata de las nomenclaturas que, los textos se mueven entre géneros y estilos, lo mismo que sirve la palta de entrada, segundo o postre) y es que tipo de relato ha sido particularmente ilustrativo a la hora de la crítica social, basta solo pensar en el ya mentado Chandler y su desilusionado panorama de las grandes ciudades. Pero además de la crítica hay algo que la literatura de detectives, por lo menos algunos clásicos, tienen, y es el uso de la inteligencia como medio para buscar la verdad. No hay más que pensar en Auguste Dupin y en Sherlock Holmes. En ambos es la suspicacia y el intelecto lo que permite develar el misterio, torcer una injusticia o “llegar a la verdad” y eso, según Piglia (¿o era Borges?) solamente sucede en los libros. Solamente en los textos la mente logra dar claridad, iluminar. La vida real es más cruda y menos heroica: la mayoría de los casos, lamentablemente, no se resuelven mediante la razón, sino que son la tortura y la delación los mejores amigos de las policías (y el vodka, que no deja aliento).

Bueno, eso es tema para un análisis más profundo.


Aquí les dejo una receta de Gimlet. La de Chandler pueden encontrarla en el libro.

4 partes de ginebra 

1 parte de jugo de lima

Hielo a gusto y todo a la coctelera o licuadora

Finalmente, una rodaja de lima para decorar.

(es casi lo mismo que el pisco sour, pero sin endulzar)

 

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El largo adiós

Raymond Chandler

Prólogo: Ricardo Piglia

Editorial Debolsillo

446 pps.

 

(Ilustración “El Gimlet” por Isidora Díaz)



 

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