Sonny jamás

 

Por Juan Manuel Zurita

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Hasta hace unos años soñaba convertirme en uno de los Corleone. Pensaba en don Vito o Michael, los héroes de la saga. Ser como Sonny lo tenía descartado, y no por ganas, sino que más bien por personalidad, contextura física, garbo, en fin, “condiciones objetivas” le llaman los marxistas. Como Tom Hangen tampoco, aunque quisiera. ¡Qué temple el de ese hombre! Fredo ni se me pasaba por la cabeza.

Creo haber visto la película más de quince veces. Un amigo me regaló la trilogía y le dí duro. Además, en Youtube hay varias escenas que no me canso de reproducir una y otra vez, lo mismo que la banda sonora: jamás me aburrirá.

Particularmente no me gusta el cine. Si no fuera por mi amiga Pepa, con quien cada semana revisamos clásicos degustando alguna de sus preparaciones (los caracoles le quedan maravillosos), no paso de unas seis películas al año. Entre esa media docena cuento “El padrino I” y “El padrino II”.

Las mejores escenas de El Padrino suceden alrededor de una mesa: la boda de Connie, con Michael introduciendo a Kate acerca de su familia; con Clemenza, quien le enseña a preparar un buena salsa; el asesinato de El Turco, con un menú de pastas y balas; y, mi favorita, cuando los hermanos discuten tras Michael anunciar que se ha enlistado en la marina (aparece en la segunda entrega, pero es una escena de la primera).

Bueno, es una exageración. Sería mejor decir “algunas de las mejores escenas pasan alrededor de una mesa”. La de Don Vito al enterarse de la muerte de Sonny también es de las mejores, lo mismo que la conversación de padre e hijo en el jardín; el bautizo de los hijos de Connie; la caminata en el pueblo siciliano, la vista de Kate a Tom; en fin, son todas buenas.

El padrino II también tiene lo suyo; hay quienes sostienen que es aun mejor que la primera. Discrepo. De la tercera, y en ello no admito réplica, mejor ni hablar. Lo superlativo de las dos iníciales quizá tenga que ver con que se basan en la misma historia: la novela que Mario Puzo publica en 1969 y que intercala la biografía de Vito Andolini; la huida de Sicilia, su desarrollo como “empresario del aceite” y su muerte, con la guerra entre las cinco familias y la consagración de Michael como Don. Es decir, la novela es la suma del filme “El padrino I”, más la parte de Robert de Niro en “El Padrino II”.

Yo la leí mucho antes de ver la película pues en Arauco, mi pueblo, no existía en ningún videoclub y los pocos canales de cable que llegaban se daban vueltas entre Speed y Forrest Gump. Recuerdo que un día de febrero en que me tocó viajar a Santiago, mientras paseaba por el centro y buscaba un lugar con aire acondicionado, entré a una librería y me dediqué a hurgar en un mesón de saldos. Estaba muy barata. Por ese entonces yo medía el valor de los libros de acuerdo a la ecuación PRECIO/CANTIDAD DE PÁGINAS. Era bastante gordo, con más de seiscientas páginas; costaba mil quinientos pesos. Lo compré. 

La película la vine a ver unos cinco años más tarde y, quizás, el recuerdo agrandado de aquella gesta me hacía jurar que la novela era mejor que el libro. Estaba equivocado. Hace poco releí un capítulo y lo que hizo Ford Coppola (y Al Pacino, y Brando y Caan y Duvall, y  Keaton y Cazale y Shire… bueno, Shire… ella no tanto) es sublime (aunque la escena de la muerte de Sonny, especialmente con los desvelos de Amerigo Bonasera, Puzo la cuenta mejor).

Es mi película favorita, por lejos. Me pasa algo con ella. No me gusta el cine, pero amo “El Padrino”, lo mismo me pasa con el fútbol: no me gusta, pero adoro a Colo Colo.

Hace unos días estuve en casa de mi amiga Lilian y tenía un libro sobre un mesón: “El libro de Cocina de la Familia Corleone” con, obviamente, recetas italianas. Imagino deben aparecer los cannoli de Clemenza, así como aquella salsa que el caporegime le enseña a preparar a Michael. ¡vaya escena!. Soy capaz de matar a un jefe mafioso, ejecutar a un policía corrupto e ir a esconderme a Italia por varios meses con tal de probar aquella receta. Aceite de oliva, ajo, tomate frito, casi hecho puré, albóndigas y embutidos, un chorro de  vino tinto y azúcar “al ojo”. Entiendo que los italianos no mezclan ajo y cebolla; lo uno o lo otro, juntos jamás. Es una de las escenas míticas: la reunión de hombres rudos, la conversación con Kate, el cariño con el cual Clemenza se dirige a Mike, la personalidad desbordante de Sonny. La veo una y otra vez (está en Youtube; la dejamos aquí abajo) y vuelvo a convencerme de querer ser como Michael Corleone, pero no hay caso. A mis cuarenta y tres ya no lo logré. Espero, y lo hago de verdad, no parecerme jamás a Fredo (aunque a veces lo temo).

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