Cinco Minutos
Por Juan Manuel Zurita
Me acabo de comer un completo. Yo me los preparo. Puede que suene a nada importante, pero sí, los completos son importantes. Mi jefa hace un tiempo escribió una columna sobre ello, sobre “pasar a comerse un completo”. Estoy totalmente de acuerdo, toda la razón. El problema es que en Barcelona, donde vivo, no hay dónde “pasar a comerse un completo”, por lo cual no queda más que preparar el propio con todas las limitaciones que eso conlleva.
De partida, el pan. No hay “copihue”, que es como le dicen al pan de completo en Arauco, mi pueblo. La palta es demasiado cara y, la que hay, no tiene mucho sabor. Bueno, eso tampoco es gran problema. Yo los prefiero sin palta (aunque me encantan los italianos). Para mí el completo es con tomate, chucrut y mayonesa. Kétchup, mostaza y ají, son opcionales. Ahí está el otro problema. Los tengo que comer con tabasco, que aquí no hay ají del bueno.
Alguien puede decir que sí que hay completos en Barcelona, que hay varios restaurantes chilenos. Sí, es verdad, pero no me voy a pegar una caminata de media hora para buscar un lugar donde el completo lo venden caro y malo. Además, “ir a” no es lo mismo que “pasar a“, y aquello le quita sentido al completo. Como contaba, hoy me preparé un completo, que es lo mismo que decir “dos completos”, porque los completos se comen de a dos, especialmente cuando se los prepara uno en casa. Compré pan y salchicha. He ahí donde quiero detenerme; en mi pueblo se les dice vienesas.
Leo en internet y aparece que vienesa es un tipo de salchicha, como Hass es un tipo de palta, como copihue es un tipo de pan. Aquí en Barcelona se les llama Frankfurt que, por defecto, es el lugar donde venden bocadillos tipo completo. Son muy buenos; los hay de Frankfurt (valga la redundancia), de prieta (aquí le llaman morcilla), de butifarras (si son artesanales, es lo mejor que hay) y de un sinfín de embutidos que tiene distinto sabor, y por lo mismo, distinto nombre. Ojo con eso. En Chile le llamamos longaniza a todo y eso no hace más que restar posibilidad de diferenciarse a distintos tipos de elaboración. Por ejemplo, en Arauco la longaniza de la Morenita es más bien oscura y con bastante grasa; las de Chillán las recuerdo más tiradas a rojo y menos pesadas; en otras partes, algo grises, o ahumadas. Señores de las patentes, denominaciones de origen y esas cosas, ya es hora de ir diferenciando los distintos tipos de embutidos (con los quesos, lo mismo), no vaya a ser cosa que más adelante lamentemos haber perdido patrimonio gastronómico.
En fin, yo no escribo sobre eso, yo escribo sobre libros y comida, pero bien valía la aclaración.
Vuelvo entonces al completo. Me lo preparé con baguette, que no está mal, pero tampoco es lo mejor –en Arauco me los hacía con pan francés (marraqueta, pan batido, en fin)– y con una salchicha que ya ni recuerdo el tipo, pero que no era vienesa sino que más parecido a una suerte de longaniza que, además, tenía un dejo picante tan desabrido como su manufactura industrial lo suponía. Me comí uno y medio, es que no tenía tanta hambre; más que nada tenía ganas de comerme un completo.
Esto me hace recordar una anécdota. Yo tenía cinco o seis años y fui invitado a un cumpleaños. Era de unos amigos medios gringos. Para comer había “hot dogs” –ya dije que eran gringos– así que no le llamaban completos. La cosa es que me encantó y –tal cual Coné cuando pide un trozo de torta para llevarle a su tío Condorito– fui donde la madre de mi amigo para solicitarle si podía le llevar uno a mi mamá que nos los conocía. Lo hice de buena fe pero mi mamá hasta el día de hoy no me perdona aquella vergüenza.
Lo otro; lo de los “cinco minutos”. Ya he planteado que en mi pueblo le llaman vienesas; que en Santiago, salchichas. Bueno, mi papá les decía “cinco minutos”. Seguramente debido a alguna publicidad o a que, en su casa, no comían de esos embutidos. Es más, y perdón si ofendo a alguien, en mi casa no se comían “cinco minutos” salvo que fuera para completos. Esto me lleva a otra anécdota, precisamente, en la casa de mi jefa. Su padre, hace muchos años, llegando tarde después del trabajo preguntó qué había para cenar; alguien le respondió “vienesas con arroz”. Él, un sibarita tal cual todos en su familia, gritó “¡la especialità della casa!”. Fue un sarcasmo, se entiende. Hasta el día de hoy me río cuando recuerdo aquello.
Todo este preámbulo para ir pensando en libros que hablen de salchichas. El primero es casi obvio, La conjura de los necios de John Kennedy Toole y esos bodrios que Ignatius, en lugar de venderlos, se los terminó tragando todos, saboreándolos como si se tratara de un manjar. Tengo viva la imagen del agua donde hervían y, cada vez que voy a un bar no se me despejan los ojos de esas bandejas con agua tan caliente como turbia donde permanecen en las “salchichas”, “vienesas” o “cinco minutos”.
La otra es una que acabo de leer. Se trata de El malogrado de Thomas Bernhard. El narrador, sentado en una posada en Austria (Viena queda en Austria, ergo, las vienesas son las salchichas de Viena, como las frankfurt son de la ciudad homónima, o las hamburguesas vienen de Hamburgo, ¿se entiende?) recuerda la relación de amistad entre Wertheimer, que acaba de suicidarse; Glenn Gould, que ha fallecido poco antes; y él mismo. Sentado, mientras observa a unos tipos descargar los barriles de cerveza, prueba unas salchichas en vinagre que su amigo adoraba. Son un fiasco; tan baratas como malas, pero aquello no hace más que ilustrar la vida de ese tipo carcomido por la envidia, por la frustración, por esa vida tan desabrida como las salchichas baratas que mastica.
El completo y medio que me acabo de comer, tal cual la salchicha en vinagre de Bernhard, no tenía sabor a nada. Pan, malo; “cinco minutos”, malo; tomate-de-supermercado-sin-sabor, malo. Finalmente, entre el kétchup y el tabasco le dieron la sazón que la mala calidad del resto de los productos hacía prever. “La vida es como ese sánguche que se come con una sola mano” diría Paulo Completo.
Sí me preguntan qué extraño de la comida chilena, sin dudar, respondo los completos y los mariscos. En ningún otro lugar se encuentran de ese nivel, de esa calidad. El resto de las cosas; cazuela, porotos, humitas, asado, no es más que la misma comida, solo que va cambiando de nombre según el país. Aquí las preparan tan bien –o tan mal– como en Chile e igual de caro.