La culiá, o sobre el 8M

Por Isidora Díaz

 

Ayer no escribí. No me salieron las palabras sobre el 8M. Pude haber recomendado restaurantes liderados por mujeres, o destacar a grandiosas cocineras de la gastronomía mundial. Pero algo me pasó; no me salieron las palabras.

Tal vez me acordé de las manitos en la cintura cuando de universitaria garzoneaba en los locales de Plaza Ñuñoa.

O de esa vez, en 2007, cuando hacía cocktails en un bar de nombre amarillo (pero en inglés) y un cocinero idiota me destapó una botella de espumante directo a la cara, a propósito para molestarme, y el corcho me dio en el ojo. Renuncié callada.

O cuando en un festival gastronómico en Londres, estaba YO asando un cordero entero al palo, pero le hablaban al chef inglés que estaba cocinando otra cosa al lado mío, porque daban por hecho que yo era su ayudante.

Me acordé de mis amigas cocineras, a quienes les han pagado menos cuando han tenido la misma pega que un hombre.

Me acordé de aquel personajillo detestable del mundo del vino, sexópata, mitómano e impune.

Me acordé de tantas entrevistas que nos hicieron con @caro_car cuando hicimos el libro Todo a la Parrilla, donde siempre nos preguntaban qué se sentía ser mujer y parrillar, y muy pocas veces sobre las recetas mismas.

Me acordé de las horrorosas categorías especiales de premios femeninos. De liderazgos forzados, de tantas que se han visto obligadas a ser “la culiá” para que las escuchen.

De otras amigas a quienes cocineros renombrados que se creen el último churro del kiosko les han destruído el corazón -y a veces la pega-, sin ningún empacho.

Me acordé también de tantas a quienes yo misma aquí en Fondo, reconozco con vergüenza, dejo de cubrir, porque no las veo, porque trabajan calladas, porque jamás aprendimos las mujeres “a darnos color”, a vernos entre nosotras, a visibilizar nuestro trabajo como se lo merece.

Haré lo posible por mejorar.

No sabía qué escribir. Hoy lo supe. Esperanzada tras mirar los carteles de la marcha, siento que a pesar de que falta mucho, hay una llama que ya no se va a apagar.

Sigamos, cabras, que el patriarcado ya está recocido, podrido…

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