¿Grandes Vinos?

Por Claire Manvieux

 

Perdonen lo franchute: les aviso de antemano que esta columna es un “coup de gueule”. No conozco otro término que pueda traducir lo que quiero comunicar.

Cuando salgo a comer –de mis deportes favoritos–, parte de mi placer es analizar (entre otras cosas) la carta de vinos. Que quede claro: lo analizo todo, y me encanta. Habrá más notas acerca de ello: crítica constructiva o eso intentamos, al menos.

Hace unos días almorcé en un restaurante pituco de la zona oriente de Santiago, y me encontré con una carta de vinos que, si bien proponía una variedad de etiquetas interesante y a precios razonables, tenía un detalle intrigante. Cabe destacar que el susodicho restaurante se especializa en productos del mar, ofreciendo una parte de la gigantesca variedad de la infinita costa chilena. 

Una quiere acompañarse de un pisco sour, una cerveza o, como mejor y primera opción, de un vino blanco. Tranquilo o burbujeante, pero blanco. Y nos encontramos con una carta que propone, por apartados, “Sauvignon Blanc”, “Chardonnay,” y “Blancos de otras variedades”. Y muchos apartados de tintos, pasando por todas las  “variedades nobles”, como les gusta decir a quienes hablan clásicamente de vinos. 

Llegando al apartado “Grandes Vinos”, mi curiosidad se agudiza: ¿qué es un “gran” vino? He aquí una propuesta de seis etiquetas, todas interesantes, aunque con un tremendo problema: todos tintos. 

¡Todos tintos! 

¡En medio de muchos pescaditos!

Lejos de mí está la idea de que un tinto no pueda maridarse con productos del mar. Pasa que me da pena que no exista aún la madurez en Chile de reconocer que un vino blanco, tranquilo o burbujeante, pueda reconocerse como un GRAN vino. Hay vinazos tremendos producidos con uvas blancas, y este apartado podría haber sido un paisaje bellísimo de lo que existe aquí.

Desgraciadamente, la mentalidad sigue siendo muy clásica y pareciera que un vino no vale si no tiene esos cojones gigantes del Cabernet Sauvignon del Valle de Maipo, heredados de mi patria madre.

Piense en Tara, Las Pizarras y Amelia por nombrar solo tres. Casa Marín, Leyda. Junte sus luquitas, cómprese una botella y degústela en silencio o con música a gusto. Solo o acompañado,  degústela con todos los sentidos en alerta. Juegue con una tabla variada (quesos, malaya tostada, conservas de pescados ahumados, aceitunas, hummus…) y sienta las sintonías y disparidades, las texturas, los aromas. 

Atrévase y me cuenta. ¿Acaso este blanco no es un gran vino?

Rita Shakirov, Vía Unsplash



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