La Cocina Sertralina

 
La comida de color café, anti-Instagram, es lejos la mejor comida.

La comida de color café, anti-Instagram, es lejos la mejor comida.

 

04:00 de la madrugada; 19 de enero del 2021. Un dolor punzante 9/10 en la escala de EVA en la región maxilar izquierda me despierta de manera súbita. Así fue como partió el hecho que logró hundirme el barco. Aquel fue el primer síntoma de un COVID leve, con una neumonía pequeña y sin necesidad de hospitalización. Sin embargo, lo que vino después –las secuelas–, me rompió todos los esquemas. 

Sufrí de arritmias que me llevaron a urgencias por sospecha de un tromboembolismo pulmonar (de alta letalidad) y un síndrome de POTS. Este último se puede explicar como que mi corazón, vasos sanguíneos, nervios y músculos no funcionaban bien, por lo que la sangre no me llegaba a la cabeza al estar de pie. Todo eso podría haberme hecho desmayar. No perdí el conocimiento, aunque sí la capacidad de moverme. 

Tuve que estar en reposo absoluto durante un mes, incluso con el riesgo de quedarme en silla de ruedas. El hecho de ser yo mismo médico cirujano y de entender todo lo que pasaba, lo hizo aún peor. 

Antes de este cuadro prolongado que duró más de 3 meses entre patología y rehabilitación, me encontraba, a toda máquina y con bastante éxito, impulsando mi emprendimiento gastronómico RAM, finalizando la edición de mi primer libro, trabajando en el contenido de mi página web, agendando la grabación del piloto de mi nuevo programa de televisión y a punto de arrendar una dark kitchen para expandir el imperio. Como es de esperar, la necesidad de estar encerrado por cuarentena junto a la posterior postración absoluta acabó con todo esto.

Como buen “palito en el poto” que soy, me hundí en la ansiedad y la desesperación. Tuve que comenzar tratamiento psicológico y psiquiátrico para aguantar lo que estaba viviendo. ¡Y vaya que me ayudó! Luego de 2 meses me pude poner de pie otra vez. De a poco volví a aprender a caminar y así, lento pero seguro, logré retomar una vida algo más normal.

Pero algo me pasaba. Había un vacío extraño. Y es que luego de venir planificando y ejecutando una cantidad enorme de proyectos en torno a la cocina, de un momento para otro me vi incapacitado de sentir olores, sabores y de poder estar de pie frente a los fuegos sosteniendo un sartén. Básicamente, el famoso virus me había arrancado de golpe aquello por lo que estaba apostando como forma de vida. Meses sin cocinar, incertidumbre, pena, nervio, vacío. Eso y más sentía, junto a una falta de motivación por querer volver a hacer cosas. Me comencé a replantear en qué estaba, qué era lo que quería, qué era de verdad lo que me gustaba.

Fue entonces que descubrí la respuesta precisamente en lo más básico. No quería pensar en comida de restaurante, presentaciones trabajadas ni en la presión de competir. Lo que me devolvió la pasión fue la comida casera, los guisos, los estofados, la comida café tan poco fotogénica para Instagram, y las combinaciones de sabor clásicas. Cocinar pensando en lo sabroso y no en volver a descubrir la rueda. Hacer platos que hablaran más de tradición y que contaran historias. 

Estar cerca de la muerte y de la postración me ayudó a liberarme de mis ataduras y de la presión de responder ante las expectativas ajenas de una eterna promesa. No tengo a nadie más que alimentar que a mi propia felicidad y bienestar. Y a ese comensal le gusta el plato bien chorreado.

En todo este redescubrimiento una figura siempre latente en mi Pepe grillo agarró más fuerza aún: Nigella Lawson, la diosa doméstica y extremadamente carismática que lleva como bandera de lucha la cocina del hogar por sobre la del restaurante. Su discurso cobra cada día más sentido para mí. Si bien es cierto que el comer puede ser un arte, una ciencia o una actividad comercial, jamás hay que olvidar que la buena comida en el fondo se trata de disfrutar el momento presente.

 Lo que de verdad puede cambiar el mundo es aquello que nos alimenta en el día a día y aquí es donde Nigella se ha enfocado: en permitirse placeres, en alimentarse con ganas y en darse espacios para detenerse a saborear. De hacer del momento de picar verduras una meditación; de vivir la planificación del menú diario como un mantra; de crear para uno mismo y los demás nuevas memorias de una comida casera y cuidada, tal como los más preciados platos con los que nos regaloneaban de niños.

Se trata, a fin de cuentas, de dejar los snobismos y asumir la complejidad de la alimentación con una mirada curiosa y honesta que no reniegue de aquello que nos gusta y nutre.

Retomar la vida después de meses de secuelas invalidantes ha sido difícil. Después de volver a ponerme de pie, he tenido que recorrer el arduo camino de re-acostumbrar mi cuerpo a vivir como lo hacía antes. En esta senda de reconstrucción, una pastilla mágica llamada cocina me devolvió el apetito y logró sacar el barco a flote. Lo bueno, es que esta vez es 100% por mí. 

(en la foto, una receta exquisita de Boeuf Bourguignon, que pueden ver aquí)

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