Sueños Calcáreos
Texto y fotos por Patricio Durán
Mañanas nubladas y viento fresco. Cálidos atardeceres. Camanchaca y suelos de piedra caliza. Las hay blancas y más cafés, algunas redondas y otras ovaladas. Lo que a simple vista parece un paisaje desértico, es en realidad un edén para enólogos y viticultores. Bienvenidos al Norte Verde.
“Bájate en el cruce San Julián, justo antes de llegar a Ovalle. Ahí te recojo”. Las indicaciones de Héctor Rojas, viticultor de la viña Tabalí, fueron claras. Le indiqué al chofer del vetusto bus modelo Marcopolo Paradiso dónde debía dejarme, a lo que accedió de mala gana. Primera parada: la viña de Spumante Limarí.
Desde que bajé del bus, sentí ese típico aire norteño -cargado de historias- que refrescaba el inclemente calor del sol. Entendí de inmediato que era una brisa ideal para retrasar la maduración de las uvas, pero poco más tarde comprendí que más allá del clima, el verdadero secreto que da vida a los vinos de esta zona se esconde varios centímetros bajo tierra.
Caminamos sobre los apreciados suelos calcáreos, que son -en simple- terrenos que bajo su superficie contienen altas cantidades de carbonato de calcio. Esto otorga una identidad única a los vinos del Norte Verde y son el resultado de una larga historia que se remonta a la formación de la Cordillera de la Costa, cuando esa zona aún era una terraza marina.
Mientras los enólogos que realizaban la visita guiada desgranaban en detalle la topografía del suelo que pisábamos, hice la pregunta más obvia de todas. ¿Qué características confiere a sus vinos?
“Estructura y mineralidad. Los suelos se expresan más en las texturas que en sus cualidades aromáticas” respondió Héctor Rojas. “Elegancia y frescor” añadió otro de los viticultores presentes. Esa misma noche lo pude corroborar.
Un brindis burbujeante
Concluida la visita de la viña nos dirigimos al restaurante Fuente Toscana, en Ovalle, donde se realizó la 3° Convención de Vinos del Norte Verde, organizada por el viticultor Héctor Rojas y el director del restaurante, Juan José Juliá.
Al llegar al lugar, me dejé guiar por su fachada y pensé que sería una fuente de soda como cualquier otra. No podía estar más equivocado. Una vez adentro me encontré con una remodelada casona de campo del siglo XIX que posee una hermosa cava hecha de ladrillos y una gastronomía con sentido de lugar. Su tartar de filete y lomo de cabrito, aún me tiene salivando.
En palabras de Juan José Juliá, “hacemos una cocina migrante, con productos del Valle del Limarí y de inspiración mediterránea. Además, ofrecemos muy buenos vinos de varios lugares del mundo”. No fue sorpresa enterarme de que la CAV los destacó como la segunda mejor carta de vinos de todo el país. Definitivamente volveré.
En esta ocasión, el objetivo de la Convención era dar a conocer algunos de los mejores espumantes que se están vinificando en esa zona. Héctor Rojas explicó que para hacer un buen espumoso se necesita un vino base neutro y acidez alta, precisamente las condiciones que proporciona esta zona geográfica.
“Este tipo de suelos nos entrega vinos de un perfil austero en sus caracteres varietales. Si a eso además le sumamos que la vid en regímenes calcáreos activa naturalmente una sobreproducción de acidez, producto de una deficiencia de hierro, las condiciones son aún mejores. El Norte Verde, especialmente en su paisaje costero, es un lugar ideal para hacer espumantes” profundizó.
Y vaya que tenía razón. Entre todos los sensacionales espumantes que probamos, destaco el Tatie Brut, de Tabalí, compuesto en un 60% por chardonnay y un 40% por Pinot Noir. Una emocionante expresión de las cualidades de esta zona. Burbuja persistente y estructura por muy buen precio/calidad. Ideal para acompañar cualquier marisco.
De la gama más alta, me sorprendió Azur Millésime, de Spumante Limarí, 90% pinot noir y 10% chardonnay, con casi una década de guarda en botella. Un espumante vintage del año 2014, vibrante, salino e inolvidable.
Mientras bebía el último sorbo cerré mis ojos y visualicé el vasto paisaje del que había sido testigo durante el día. Amplios valles de suelos arcillosos, una brisa fresca y el abrazo del sol temperando las uvas. En mi boca, la mineralidad característica del Norte Verde me narraba una historia que comenzó a forjarse hace millones de años. Tiempos antiguos que crean pasiones modernas. La experiencia de una copa, aunque efímera, puede dejar huellas profundas y duraderas. Un susurro etéreo de sueños calcáreos.