Por Isidora Díaz

Mañana es 15 de abril.

¿Exactamente qué celebramos en el día de la cocina chilena? ¿Los platos de la memoria?
¿La gastronomía de la zona central, elegida a dedo el estándar del criollismo?
¿Los erizos de Caldera, las manzanas de Chiloé?
¿Sánguches y motes con huesillo?

Comer chileno es más que zamparse la cazuela de pernil de la foto (gracias mami).

Comer chileno es dar la última puntada a un hilván -tan largo como frágil- que pasa por la propia cocina, la feria, camiones, el centro de distribución, más camiones, el campo, la tierra, la semilla, y el agua siempre escasa que la despertó.

Poblar la mesa y llenar bocas es lo último, no lo primero que hace la comida chilena. Y eso tenemos que entenderlo muy bien si queremos, siquiera, comenzar a entender su relevancia.

La mesa servida es el cuadro enmarcado y colgado; el zapato puesto y caminando. Todo lo que hay detrás, es País: personas que trabajan desde el saber-hacer absolutamente subvalorado, e inaccesible para la mayoría de nosotros, que se necesita para hacer el buen alimento.

No demos por descontada la mesa servida, ni tampoco a quienes se sientan (y no se sientan) en ella: a quienes elegimos como iguales, dignos-de. Porque tantas cocinas silenciosas quedan fuera del relato oficial: aquellas que dan miedo o asco o flojera, por ignorancia: las cocinas indígenas; las nuevas cocinas urbanas de hand rolls y chorrillana mongoliana; las cocinas de la América inmigrante ya en plena fusión con la chilena. Deleitémonos, que las cachapas aquí ya se hacen con humeros.

La mesa chilena es así -o yo la veo así-: tan colorida como compleja, tan traumada como ganosa de nuevos placeres.

Platos e ingredientes ven colores nuevos, y miles de manos hoy encuentran en la cocina el mejor de los hobbies; uno que se muestra como talento ya no privado, sino que abierto a la comunidad vía convite presencial o en RRSS.

La cocina chilena es hoy algo bacán/cool/interesante y eso también hay que celebrarlo.

Sin embargo, no hay que celebrar la cocina chilena. Quedamos cortos.

Hay que celebrar la Mesa País, y celebrarla todos los días, en toda su grandeza y complejidad.

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